Pablo y el sol
Pablo recoge sobre sus erosionados párpados las primeras gotas de luz al alba. Ya vestido y calzado tose hasta juntar el pecho con las rodillas. Sus pulmones le reclaman aire fresco. Abre la puerta de casa y entre las peñas de Tobía el Sol le caldea ambas mejillas para que espabile. Hoy Pablo le acompañará en el paseo que suelen dar juntos hasta el salto del agua.
Esta mañana los rayos de luz le llevan ventaja. Ya han alcanzado los primeros fresnos y todavía él anda entre robles. Hoy siente los pies especialmente pesados. Llega a su primera parada sofocado, se sienta sobre un cojín de musgo, deja caer los pesados párpados y escucha. El chochín trina alegre, el mirlo silba espléndido y el petirrojo canta melancólico. Pablo silba imitando al mirlo; le encanta creer que la flauta que contesta entre los arbustos es la respuesta a su saludo. Este es su reposo en lo que hoy parece una carrera para no dejar solo a su amigo el Sol.
Ya junto al río, alisos, chopos, avellanos y madre selvas le envuelven en un frío pero acogedor abrazo. El camino recupera pendiente al cauce. Pablo se llena de recuerdos, inspira aire de vida y se pregunta ¿qué hubiera sido de él si no pudiese pasear?
Hojas, insectos, trinos, piedras y el agua le sobrecogen. Pablo se siente agotado. Hace un último esfuerzo por llegar con su amigo al salto del agua. Llega aturdido, hoy el Sol lo logra antes y ya ha calentado la piedra que acostumbra a usar de asiento. Al posarse, su cuerpo imita el desplome de la cascada de agua sobre la roca. Pablo recibe los intensos rayos de sol sobre sus ojos. Expira, asiente y se relaja. Sus imparables parpados descienden en agradecida despedida. Gracias Sol.